Jacqueline Bisset aparece en la portada del último libro de Alberto Fuguet que estará en librerías el próximo octubre. Vestida con una camiseta blanca que deja ver sus firmes pezones cafés, la actriz británica está buscando tesoros escondidos debajo del mar, en la isla de las Bermudas. Se trata de un fotograma de la película estadounidense de 1977, Abismo, dirigida por Peter Yates y que ahora ilustra la fachada de VHS (unas memorias), un libro en el que el escritor chileno, al igual que Bisset, se sumerge en lo más hondo de su ser para recordar su época de adolescente y su paso por la carrera de periodismo.
La memoria como algo líquido, que se escapa, que debe ser escrita, anotada, garabateada sobre una libreta para que no desaparezca, o para pretender que las cosas sí sucedieron. Eso es VHS…, un intento por regresar al pasado más precoz de Fuguet, pero de la mano del cine. El libro se terminó de hacer el pasado mayo, en Guayaquil, y está escrito en la más «ultra» primera persona. Así es Fuguet, un tipo comprometido con el riesgo.
«Quería que fuera una chica en la portada porque había muchos chicos en otras propuestas», dice suelto el autor de Sudor y No ficción, sus dos anteriores libros en los que los protagonistas —por dentro y por afuera, por encima o por debajo— son hombres. Pero no de cualquier tipo. Acá surgen sujetos mediados por la ambigüedad, en la que el cariño de la amistad se confunde con el deseo por el otro, como casi siempre sucede. En esos últimos trabajos de Fuguet hay masculinidades volátiles. Hay mucho cuerpo, mucha sustancia, mucho fluido y, también, mucho afecto, aunque sea virtual.
Horas antes de que Fuguet participara como Escritor Visitante en el Centro Cultural Benjamín Carrión y de que siguiera mareado por la altura de la capital ecuatoriana, el también cineasta criticó sin eufemismos que, ahora, todo está normalizado, que los gais se fueron a bailar a discos, a consumir poppers para tirar y dejaron de producir inteligencia. «Creo que poco a poco hay más pinturas, películas o literatura que no solo son auspiciadas por Absolut, que no solo son marketing», dice más suelto que antes.
¿Por qué el deseo entre los hombres ocupa ahora el centro de tu narrativa?
Hablar de deseo… ¿Te refieres a la compañía de cine de Almodóvar? Qué pereza (ríe). Me interesó ese tema porque quería hacer libros más carnales. A veces los libros son objetos del deseo en sí, pero también por dentro deben tener deseo. De repente llega un momento en que uno dice «ya he escrito harto, hago cine, hago tantas otras cosas, y entonces para qué escribir si hay muchos libros buenos y otros no tanto». Así que me pregunté en qué puedo aportar y, de repente, me di cuenta de que ha habido muy poco sexo en la narrativa latinoamericana, muy poco deseo, muy poco cuerpo. También noté que, incluso, en algunas novelas que tenían que ver con el tema GLBTI o en esos libros de cabecera queer que se estudian en Estados Unidos no había deseo.
El deseo homosexual ha sido tratado mayormente de forma contenida y, a la par, con muchos clichés…
Sí. Me di cuenta de que si tú ponías a dos hombres haciendo algo era suficiente para que la gente se escandalizara, pero si tú ponías a un chico y a una chica haciendo lo mismo no pasaba nada. En Chile había una telenovela que causó escándalo porque tenía a un personaje gay que nunca tuvo novio, nunca salió en calzoncillos, y así. Era un tipo solitario, pero cada vez que él aparecía en pantalla subía el rating. Su mamá lo invitaba a tomar el té y subía el rating. Pese a la simpleza del programa, la gente decía que la televisión chilena era audaz. Entonces me dije qué pasaría si realmente escribiría un libro no escandaloso, pero donde sí explorara el deseo y pusiera la mirada de alguien que ya conoce del tema, y así surgió Sudor y No Ficción.
La estructura de No ficción (construida a partir de un diálogo entre dos hombres) me remitió a El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, quien te marcó la vida. ¿Cuán importante fue ese autor para armar tu última narrativa?
The Buenos Aires affair es de mis favoritos, pero sobre todo hay mucho en mi obra de un libro de Puig que me encanta y que es más difícil y comercial: Maldición eterna a quien lea estas páginas. Puig debería ser un autor de cabecera para todos. Me parece que Puig es el autor que más ha hecho por pavimentar el camino de tierra de la literatura latinoamericana. Él lo pavimentó y nos llevó más hacia el futuro, claro, para quien quiera tomar ese camino. Mi única diferencia con Puig es que a él le gustan más las cosas hollywoodenses antiguas, y a mí, el Hollywood más moderno. A él le interesan más las mujeres, y a mí, los hombres. Me vienen mejor los hombres….
¿Además de Puig, tuviste otras lecturas que te ayudaran a entrar en este mundo?
Sabes qué pasó…, me llamaba la atención que escritores más militantes, que decían ser gais, vivían como señoras y escribían para señoras. Creo que veían en los movimientos de igualdad aspiraciones como el matrimonio igualitario, la idea de la tolerancia, y todo era súper lindo, súper hetero. Pero yo me preguntaba por qué no cuentan otras cosas. Me parecía que había una especie de falsedad en su escritura. De ahí empecé a investigar el canon latinoamericano y me di cuenta de que ser gay era algo malo. Ser gay, ser maricón era, a lo Puig, como una maldición eterna, porque o terminaban asesinados en un puente, o con VIH o pobres. Eso me parecía raro: que autores que posiblemente eran gais o les interesaba el tema retrataban ese mundo de una manera muy triste, con finales feroces.
La muerte siempre latente…
Sí, pero quizás la muerte como el mejor de esos finales. Todo era un mundo donde te violaban y terminabas bajo de un puente. No podían hacer comedias románticas, por ejemplo. Así que me dije: «Ya que sé del tema, por qué no lo escribo yo mismo y, a mí manera de ver, sin que muera alguien». Me interesaba que la gente lea un libro que le recuerde a su ex y quiera regalárselo. Para quienes tenían miedo de que perdiera mi público con estos libros, solo lo aumenté y se diversificó.
Crees que en Chile hubo una dictadura moral, ¿cómo sientes que han sido sus tránsitos en cuanto al deseo?
Esa me parece una mentira creada por la prensa (lo de la dictadura moral). De lo que he escuchado Allende folló como enfermo y me parece que todo el mundo folla. Y también está que lo prohibido, lo secreto o lo peligroso atrae. Con Pinochet hubo miles de discotecas. Mi libro Mala onda ocurre en ese período, donde había droga, música disco, Madonna y esas cosas. Ahora, cómo se procesaba eso es otro tema. En ese sentido Manuel Puig es muy interesante, porque miras cómo, a pesar de que vivió en un pueblo de mierda, él veía cosas y las procesaba con mucha inteligencia. Obviamente hoy todo es más aburrido, no hay casi nada prohibido, excepto dos o tres cosas como ser nazi o pedófilo. Hoy el problema es que todo está normal y se vuelve aburrido, se pierde el deseo. En Grindr ya no hay deseo y es ‘vamos directo a follar’. Antes la gente iba a los bares no solo a follar, sino a conocer, a aprender del mundo.
¿Era mejor ser gay antes?
Hoy ser gay es tonto. Antes era ser distinto, inteligente. Hoy hay una asociación a ser tontos y que lo único que importa son los músculos y depilarse, nada más. Se ha perdido el pensamiento crítico gay. Hoy una revista porno, o de desnudos, en papel o digital, jamás tendría a las mejores plumas de su generación escribiendo, como antes sí había. Y, quizás, las únicas plumas serían las literales (ríe). Una crítica que le hago al mundo gay es que bajó el nivel de pensamiento y de erotismo. Antiguamente la librería era un lugar de ligue, hoy a nadie se le ocurría hacer eso ahí.
¿Cambian las épocas y, con ello, el deseo?
Me parece que el deseo, en general, ya sea en Roma, durante la Segunda Guerra Mundial, existía a pesar de todo. Estados Unidos sigue funcionando a pesar de la era Trump. No es como que se acaba el mundo, pero a la gente le gusta inventar eso. Y también se mete la religión a cuestionar estos temas, aun cuando en la religión hay mucho erotismo. Todo lo que la Iglesia prohíbe hay que hacerlo. Mi mayor triunfo fue que con Mala onda un sacerdote del Opus Dei —que después Roberto Bolaño lo transformó en un personaje de Nocturno de Chile— odió el libro y escribió una terrible reseña, que solo me ayudo a mí, porque creció la lectura.
¿Crees que se podría hablar de literatura homosexual? ¿Cuán provechosa o no puede resultar esa etiqueta?
Creo que es muy pronto para saberlo porque todo está muy líquido. Lo que sí siento es que no hay que etiquetar. Yo no leo literatura ecuatoriana o latinoamericana per se. Y me parece que cuando tú etiquetas mucho tienes que mentir. Cuando alguien me dice que le interesa mucho la literatura femenina o el cine gay, yo le pregunto: «¿Realmente te gusta o es conveniencia?» Las comedias gay son patéticas, yo siempre he dicho que Pedro Almodóvar se case de una vez con Penélope Cruz, tengan hijos y dejen de molestar, porque a él le interesan tanto las mujeres que nunca ha hecho un personaje hombre interesante.
El escritor colombiano Giuseppe Caputo decía que lo queer, por ejemplo, no pasa necesariamente por la orientación sexual, sino por una estética, por una sensibilidad a la hora de escribir, pero en tu caso, te interesa más el tratamiento de los temas. ¿Sientes que así sea?
Giuseppe es más militante que yo, claro, además que con ese apellido tiene que serlo (ríe, esta vez en exceso). Siento que somos distintos. Mi mayor preocupación es no perder lectores, no en el sentido económico, sino que quiero llegar a todo el mundo y contar cosas universales. No podría decir que Almodóvar es queer. Me gusta mucho más Frank O’Hara, que escribió el poema ‘Tomar una coca-cola contigo’. Y O’Hara le dice a un chico «prefiero tomar una coca-cola contigo que ir a ver pinturas, estar en museos, o pasear por San Sebastián, Irún, Hendaya, Biarritz, Bayona». Es un tipo que prefiere tomar una cola antes que ver a las artes. Yo soy más básico, más romántico, me interesa entender lo que estoy leyendo, no me bastan las imágenes raras.
A Chile siempre se lo ha vinculado más con la poesía que con su narrativa, ¿cómo ha sido tu relación con la primera?
Me parece bien venir de un país de poetas. Chile tiene creación de todo tipo. Mal que mal el autor latino más importante es Roberto Bolaño. La mejor novela mexicana, en mucho tiempo, es escrita por un chileno, Los detectives salvajes. Sin embargo, empecé a leer poesía hace poco. He tratado de aprender de poetas como Bertoni, quien está fascinando con las mujeres jóvenes. Mi editor una vez me recomendó leer a Bertoni para hacer Sudor, porque, me dijo, sería interesante escribir lo que él escribía, pero con un chico de 21 años.
¿Cómo te sientes con la llamada Literatura de los hijos?
Me parece que un país que está vivo tiene que ir produciendo nuevas generaciones y, en ese sentido, me cansa la idea de cierta escritura media llorona. Me parece que es mucho peor haber sido torturado por la dictadura, que ser un hijo de la dictadura. Dicho eso, soy fan de Alejandro Zambra, lo cual creo que no es mutuo. Quería filmar su libro Bonsái y me dio rabia no poder hacerlo porque le dieron los derechos a otro. Me gustan mucho más las mujeres chilenas, creo que son más audaces. Me gusta Camila Gutiérrez, Paulina Flores…
¿Diamela Eltit?
La odio, me parece antipática, desagradable y no le creo nada. Creo que tiene una literatura impostada, falsa, intelectual. Ella me odia también, es mutuo.
Es muy leída por gente joven
Es leída por gente que no tiene padre o que está buscando uno. Ella pertenece a un mundo que me tiene preocupado, que fue armando como un grupo, una mafia en la Universidad de Nueva York (NYU, donde ella da clases). Diamela Eltit no sabe qué es, lo que sí sabe es que no es una persona. Y ella está en toda esta onda de la autoficción, de la escritura del cuerpo, pero ¿qué cuerpo?, cachái. Siendo burdo, no solo la menstruación es el cuerpo. NYU está creando escritores que tienen que ducharse pronto y entrar al mundo real.
¿Por qué te interesan más las escritoras? Ahora en Argentina hay toda una generación de autoras que están siendo leídas con mucha fuerza en todas partes.
Mira, si uno lee desde Pizarnik hasta Mariana Enríquez encuentra erotismo, poesía, pasión; está el mundo de la selva, de ciertos barrios. Las mujeres logran crear una estética, una erótica mucho más clara, fuerte. Y por eso, creo, es la literatura que más me interesa actualmente. Siento que los hombres son más traumados, más básicos y yo espero estar ligado más a esas mujeres, pero bueno, uno hace lo que puede hacer, you do you can do. Ah, y tienes que leer a María Luisa Bombal, sin falta.